Bueno amigxs, qué tal. No aparezco hace rato, así que vengo a escribir sobre un libro fantástico. Tenía dos temas más preparados, pero este libro me tomó. Se llama MANIAC y está en todas las librerías expuesto al lado de La llamada de Leila Guerriero y de Un lugar soleado para gente sombría de Mariana Enríquez, todos de editorial Anagrama, con la cinta roja exagerando un montón sobre su contenido. Es de Benjamín Labatut, un chileno que nació en Róterdam que está siendo bastante celebrado y vende muy bien, porque escribe bien.
Esta entrega va con spoilers, aviso desde ya.
Yo valoro muchísimo lo común, lo ordinario en la literatura. Al punto de que Raymond Carver es mi autor favorito. Nadie mejor que él puede condensar tantas cosas en un gesto tan banal como abrir la heladera para sacar una cerveza. Tengo bastante metido en la cabeza lo cotidiano y el detalle como valor, y hace mucho no me cruzaba con una novela ambiciosa, con una temática tan trascendente, que hablara sobre la excepcionalidad y grandes temas: la razón, la ciencia, la tecnología. De eso va MANIAC, que es una obra de ficción basada en hechos reales, ya saben lo que estas cosas significan desde mi primera entrega, no me hagan explicar.
El título es el acrónimo de Mathematic Analyser, Numerical Integrator and Computer, tal como Julian Bigelow y John von Neumann bautizaron a la primera computadora moderna.
En la presentación del libro en Barcelona, que está en Youtube, la entrevistadora, una mujer insoportablemente elogiosa, le dice a Labatut que la novela le recordó un poco a 2001, a ese proyecto de Kubrick de abarcar la historia de la humanidad en una película. Le dice que es un profeta, que sintió placer orgásmico al leerlo; todo bastante incómodo, sobre todo porque Labatut tiene una actitud muy soberbiota que no disimula el disgusto. La mujer exagera muchísimo –aunque sí, señora, somos todos– porque el punto de partida está en los principios del siglo pasado, con la crisis de los fundamentos de las matemáticas. Ahí elige el autor empezar a narrar lo que parece una carrera acelerada hacia un futuro incierto pero decididamente oscuro, vectorizado por los avances científicos y tecnológicos. A grandes rasgos, la novela se organiza en torno a la historia de tres cerebritos: Paul Ehrenfest, John Von Neumann y Lee Sedol. Y Labatut, en un gesto libre y experimental, usa tres narradores bien distintos para cada parte del libro.
Empieza con un disparo, Paul Ehrenfest mata a su hijo con síndrome de Down y después se suicida, enfermo de miedo por la dirección que estaba tomando la ciencia en un contexto donde el nazismo cobraba fuerza. No estoy espoileando nada, así empieza. Es de las partes más hermosas de la novela, una gran apertura. La narración es apasionada, comprometida, vertiginosa. En la segunda y más larga parte del libro los narradores se multiplican, todos para hablar del tipo más inteligente del siglo XX: Janos Von Neumann o Johnny von Neumann (húngaro pero ciudadano estadounidense). Amigos, familia, pareja, colegas, todos cuentan, en primera persona, anécdotas sobre Johnny.
Lean para ver quién fue, qué hizo, el calibre semidivino (o divino) de su inteligencia. Para que se imaginen un poco, él fue el que ayudó al desarrollo de las bombas atómicas, el que inventó la primera computadora moderna, autor de la teoría de juegos, e importantísimo eslabón en el desarrollo de la IA. La novela lo perfila como un tipo irresponsable, como un moderno Prometeo (todos los científicos de esa época eran modernos prometeos, la peli de Oppenheimer de Nolan empieza literalmente con esa misma metáfora) que no evalúa costos ni piensa en las reservas éticas que debiera tener la ciencia. Un tipo hiperracional que ve todo como un juego, un verdadero personaje, un genio, un extraterrestre.
La tercera parte de la novela te inicia en el universo del Go, un juego de mesa de origen chino que se juega con piezas blancas y negras. Las reglas son bien simples pero es infinitamente complejo. El ajedrez es un poroto al lado de esto, que no es un deporte, es un arte. Un juego milenario, sagrado, tradicional. Es para volarte el bocho. ¿Saben que es un gúgolplex? No, nadie normal sabe que es eso. Un gúgolplex es 10(10^100), “una cifra tan vasta que es físicamente imposible escribirla en su forma decimal completa, ya que para hacerlo necesitaríamos más espacio del que hay disponible en todo el universo”. Y es el número que indica la cantidad de juegos posibles en el Go, e incluye aquellos que nunca ocurrirían en el mundo real (¿?). La cantidad de posiciones que las reglas permiten en un tablero de Go es tan grande que nadie la supo calcular hasta 2016. El cálculo es este:
208.168.199.381.979.984.699.478.633.344.862.770.
286.522.453.884.530.548.425.639.456.820.927.419.
612.738.015.378.525.648.451.698.519.643.907.259.
916.015.628.128.546.089.888.314.427.129.715.319.
317.557.736.620.397.247.064.840.935
Cosas como esta te encontrás en el libro. Y con la crisis de los fundamentos de las matemáticas, con la mecánica cuántica, con la teoría del conjunto, el teorema de la incompletitud, el infinito matemático, etc.; leés sobre cosas de verdad hermosas, enfocadas, sin embargo, enfocadas a través de la mirada pesimista y catastrófica de Labatut.
Un sano paréntesis a este respecto. En el video que les digo que vi Labatut dice:
“Yo sigo sin saber jugar al Go. Yo no sé de lo que estoy hablando. Yo lo que se es ver donde ocurre un milagro. Esa es la inteligencia de un escritor. No es saber matemáticas, no es entender. Si lo entiendes es muy difícil que lo puedas escribir. Si tú entendieras por qué amas a tu pareja, probablemente vas a dejar de quererla pronto. La comprensión no necesariamente es lo central para escribir, lo que es central para escribir, es la pasión, el hambre.”
Desfilan personajes de ciencia como Georg Cantor, Kurt Godel, Richard Feynman, una cantidad de gente que no es como uno, que no es como nadie. Es un libro sobre genios, sobre excepciones, sobre inteligencias extraterrestres, semidivinas. Sobre gente importante, no solo por lo que representaron para el progreso de la ciencia, sino por su rol en la política de guerra del siglo pasado, especialmente en la Guerra Fría. Los físicos y matemáticos parecen rockstars; imagínense a los yankees y rusos desesperados por seducir a estas cabezas que no solo te desarrollaban bombas, sino que te bajaban línea de estrategia de guerra, todo con teoremas matemáticos. Von Neumann planteó la teoría de juegos, copio y pego –ya que estamos– la forma en que lo explica chat GPT:
“La teoría de juegos se aplica en una amplia variedad de campos, incluyendo la economía, la ciencia política, la biología evolutiva y la ingeniería. Se utiliza para analizar situaciones como la competencia entre empresas, la negociación estratégica, la toma de decisiones en conflictos armados, la evolución de comportamientos sociales, entre otros. En resumen, la teoría de juegos proporciona un marco analítico poderoso para comprender las interacciones estratégicas en una variedad de contextos.”
Labatut logra que este libro sea de verdad terrorífico porque está subrayando todo el tiempo la relación entre tecnología y divinidad, y no es que esto se le haya ocurrido a él, –es la forma en que muchos piensan la tecnología– pero le otorga un componente místico muy groso a todo el asunto. Miren, les cito esto (recuerden que está ficcionalizado):
“Jancsi pensaba que, si nuestra especie iba a sobrevivir el siglo XX, necesitábamos llenar el enorme vacío dejado por la huida de los dioses, y la única candidata viable para realizar esa extraña y esotérica transformación era la tecnología. Me dijo que un saber técnico cada vez mayor, alimentado por la ciencia, era lo que nos diferenciaba de nuestros ancestros. Porque en términos de nuestra moral, filosofía y calidad de pensamiento, no éramos mejores (de hecho, éramos más pobres) que los griegos, el pueblo védico o las pequeñas tribus nómadas que aún se aferran a la naturaleza como única fuente de gracia y verdadera medida de la existencia. Nos hemos estanca-do, me dijo, en todas las artes salvo en una -tékne-, en la que nuestra sabiduría se ha vuelto tan profunda y peligrosa que incluso los titanes temblarían ante ella, porque su poder hace que los viejos dioses de los bosques parezcan simples duendecillos. Pero ese mundo había desaparecido. Y la ciencia tendría que dotarnos de algo mayor a los seres humanos, mostrándonos la nueva imagen que debíamos adorar. Para János era evidente que nuestra civilización había progresado hasta un punto tal que los asuntos de la especie ya no podían confiarse de manera segura en nuestras propias manos. Necesitábamos otra cosa. Algo superior. A medio y largo plazo, si íbamos a tener siquiera una mínima posibilidad de supervivencia, debíamos encontrar una forma de ir más allá de nosotros mismos, de superar los límites actuales de la lógica, el lenguaje y el pensamiento, para hallar soluciones a los muchos problemas que indudablemente enfrentaríamos, a medida que expandíamos nuestro dominio sobre la faz de la Tierra y rodea las estrellas.”
Ya saben, no tenemos más dioses que el capital en esta época, como dicen, pero lo del capital es solo una metáfora para expresar a qué le rendimos culto o en torno a qué se organiza nuestra sociedad. La tecnología, en cambio, en serio juega con los límites de la razón, con la omnipotencia, el potencial destructivo; el vocabulario acá podría ponerse bíblico. Y el dios que repone el libro no es el dios cristiano y benevolente que conocemos, sino una divinidad (o podrían ser divinidades, quién sabe) arcaica, asociada a la destrucción, al caos, etc. El libro propone un punto de vista sobre el futuro.
Y eso no es lo más tremendo. Parece plantear también que la tecnología no es un apéndice nuestro, sino que podría tener vida propia. Hay hasta alusiones a una especie de “reproducción” de “organismos” digitales (con el perdón de todos) en el capítulo de Barricelli. Pero lo concreto es que, en el 97, DeepBlue (una compu) le ganó a Kasparov, el mejor jugador de ajedrez del mundo. Parece que las máquinas ganan por la posibilidad de cálculo, pueden visualizar no sé cuantas jugadas más adelante que un humano, que puede ver diez o veinte. Por eso la novela te habla del Go, porque es un juego que depende en gran medida de la intuición humana. Y suena el coro de arrogantes diciendo: “la IA nunca va a poder reemplazar a los hombres, hay cualidades excepcionalmente humanas, etc. etc.”. Plot Twist: ya lo hizo. AlphaGo, un programa desarrollado por Demis Hassabis, venció a Lee Sedol en 2016, el mejor jugador de Go del mundo. Le enseñaron a la máquina a matematizar nuestra intuición. Reprodujo algo de eso y le ganó a un artista. No es ninguna sorpresa tampoco, por eso no me importa espoilear. La IA ya imita el estilo de escritores, músicos, artistas plásticos. Casualmente, vi que FKA Twigs estuvo en el congreso británico hablando sobre la IA y la propiedad intelectual. Las máquinas ya capturaron algo de nuestra humanidad. No importa si fue con cálculos o cómo, el ¿daño? ya está hecho. Ya tendremos palabras para hablar de esto. “El progreso no tiene cura” dice varias veces la novela.
En fin, mientras la novela te anticipa que la IA está, literalmente por –si ya no lo hizo– alcanzar el cielo, te acordás del narrador. ¿A dónde se fue? ¿Dónde esta el tipo que contaba con tanta pasión la historia de Ehrenfest? El relato se enfrió completamente, el narrador quedó exangüe, descarnado, en consonancia con lo narrado, con los fríos alcances de la IA. Queda clarísimo que el libro es muy pesimista respecto de todos estos asuntos y que la estructura de la obra funciona muy bien. La novela te vuela la cabeza por la temática, además de que está muy bien ejecutado y de que te deja maquinando muchísimas cosas. Recupera nociones como el misterio, el universo, la divinidad, pero no parece que abriera muchas puertas, es un libro oscuro, que te deja la sensación de que el futuro está cantado. Es bastante catastrófico, por eso está genial, es como asomarte a un pozo negro.
Lo acabo de leer y estoy bastante fascinada. En general, cuando me cruzo con algo nuevo, me tomo un tiempo para que me baje la información porque desconfío de las primeras impresiones y del entusiasmo infantil con el que a veces consumo las cosas cuando me copan. Escribo más segura cuando dejo madurar el tema, además de que me gusta tomarme el tiempo. Pero esa escritura ya tiene muchas menos ganas, se me hace más cuesta arriba (así me terminan quedando drives llenos de notas sobre cosas que no seguí porque se apagó la llama del entusiasmo cuando dejé madurar la opinión: esta es la situación de los dos newsletters en stand-by). Esto está fresh, pero capaz que clean no. Necesito más puntos de vista, chicxs; si lo leyeron me escriben, que no estuve viendo mucho material más que la entrevista. Es una novela muy estimulante. Espero haber despertado un poco su curiosidad.
Me leen la próxima, cuídense mucho, y lean.